La ejecución era inminente. Tendría lugar en el jardín de la mansión. Su momento había llegado, la falta era imperdonable. Condujeron al hombre a través de una hilera de grandes piedra ornamentales y le obligaron a arrodillarse. Lo habían maniatado a la espalda. Los sirvientes obedecieron las órdenes y rodearon al hombre de cubos llenos de agua y sacos de arroz rellenados con piedras. Cualquier escapatoria era imposible. Cuando llegó el señor de la mansión observó cómo lo habían dispuesto todo y asintió con aprobación y satisfacción. El pobre condenado trató de pedir clemencia.
-Señor, la falta de la que se me acusa fue cometida sin maldad, no hubo mala intención. Soy un estúpido, nada más… como nací así de ignorante no pude evitar algunos errores. Además, los errores no son por mi voluntad… se deben al mal karma que acumulé en vidas pasadas, eran inevitables. Matarme por ser un pobre ignorante es muy injusto.
Pero el señor permanecía impasible. Más allá incluso, aquella argumentación, aquellas excusas, parecían haberlo enervado y ratificado en su decisión, y esto podía leerse claramente en su rostro. Viendo que nada había que hacer, se aferró el condenado a una última carta.
-Si cometéis esta injusticia… señor… me vengaré, habrá justicia al fin. Esta injusticia, este dolor que me vais a provocar, me dará la fuerza para volver de entre los muertos a cobrar mi venganza. Mi furia, mi rabia tomará forma espectral y os atormentaré hasta que deseéis morir.
El samurai no desconocía que cuando muere una persona con gran odio y resentimiento, esa emoción puede llevar a su fantasma al regreso como venganza. El señor de la mansión, tranquilo, pausado, con una leve sonrisa, respondió.
-No hablas en serio -había burla en sus palabras-, pretendes asustarnos para que no te matemos… pero además de ignorante eres débil. Tu espíritu no tiene la fuerza suficiente para volver de entre los muertos a vengarte… Careces de voluntad -rio.
-Ya lo creo que volveré… mi fantasma te causará terribles pesadillas a ti y a tus hijos, romperé los jarrones, partiré los espejos, os haré ver terribles visiones, mataré a vuestros animales. Mi odio y mi voluntad son tan grandes que nadie me detendrá, ni la muerte… yo en su lugar, me dejaría marchar… recuerde no soy más que un estúpido… pero los estúpidos también odian.
-Está bien… de muéstrame que es cierto, que tienes esa fuerza y determinación, incluso después de muerto. Demuéstranos que tenemos que tenerte miedo -desenvainó la espada el samurái-, te cortaré la cabeza… cuando lo haga, trata de morder esa piedra que tienes unos metros delante de ti.
-Lo haré, la mord…
No acabó la frase, la espada cortó la cabeza de un solo siseante tajo, un silbido que se esfumó, y cayó el cuerpo y la cabeza rodó hacia la piedra. En el suelo, la cabeza, todavía con los ojos abiertos, dio un bote hasta la piedra y la mordió con fuerza, con tanta que los dientes se partieron. Después, los ojos se cerraron.
El samurái se mantenía sereno, en cambio los sirvientes estaban aterrados, horrorizados, un escalofrío les había recorrido el cuerpo en cuanto la cabeza botó y uno o dos de ellos emitieron un agudo grito ahogado al ver cómo mordía la piedra. El samurái, templado, extendió la espada a uno de los sirvientes para que limpiasen la sangre. Así, con la limpieza del arma y el regreso a su vaina culminó la ceremonial ejecución.
Pasó el tiempo y cuantos trabajaban en la mansión vivían atemorizados, murmuraban, susurraban y trabajaban ateridos, esperando el momento en que se apareciera el espectro, temiendo que tras cada sombra o cada puerta fuera a cobrarse su venganza el decapitado. Era tanto el pavor que pidieron al samurái permiso para llevar a cabo una ceremonia Ségaki en honor del difunto para aplacar su ira. Sin embargo, el señor no les concedió tal gracia.
-No es necesario… Comprendo que os hayáis asustado por aquella amenaza que hizo, pero no lo cumplirá, no hay nada que temer… su fantasma no regresará.
Autor: Lafcadio Hearn
Autor de la imagen: Kawahara Keiga